5-nov. Tradición y Sagrada Escritura

No pocas veces me encuentro con esta dificultad y con preguntas relacionadas con este ámbito. Y creo que no pocos cristianos confunden tradición con tradiciones, y tienen asociada la palabra tradición a un elemento negativo, que suena a pasado de moda. Si no hacemos «limpieza de mente», muy higiénica de vez en cuando, no lograremos entender bien lo que la Iglesia dice. Es como si hablásemos de dos cosas, con los mismos fonemas; por lo tanto, no nos entenderemos nunca. Creo, por tanto, que no se trata más que de una confusión terminológica y de unos ciertos prejuicios.

Lo primero es comprender, como antes se ha expuesto, que la Revelación plena se ha dado en Jesucristo. Y que por consiguiente, los primeros que acogieron la Revelación fueron los discípulos. No sólo en su cabeza o en su corazón, sino también en sus vidas, guiados por el Espíritu Santo de forma especial, en atención al carisma fundador que comporta su misión, y renovados por Él. Los primeros cristianos son de este modo acogidos por la Iglesia como un pilar o fundamento, como el primer depósito de la fe vivo. No porque ellos hayan querido, sino por elección de Dios; no porque se den a sí mismos esa responsabilidad y dignidad, sino que son quienes van a cargar con el peso y la exigencia de ese momento, guiados y consolados por el Espíritu en medio de la persecución; porque ellos sean especialmente inteligentes y vieran el horizonte, sino por la iluminación del Espíritu en sus vidas, en su discernimiento, en su debilidad. Ellos no disponían al inicio de la Sagrada Escritura, sino de la Palabra de Dios en Jesucristo. E igualmente guiados por el Espíritu lo testimoniaron por escrito, dando lugar a la Sagrada Escritura. Por eso «Tradición y Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgieron ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin.» (DV 9, CATIC 80). Esta Palabra de Dios es la que la Iglesia está llamada a guardar, a la que debe servir fielmente y debe comunicar íntegramente de generación en generación. No de cualquier modo, también es cierto, sino a través del Magisterio de la Iglesia, como trasmisor e intérprete inspirado por el Espíritu.

Otra cuestión son las tradiciones, de diverso carácter. Sean concrecciones en la historia, en los pueblos, corrientes intelectuales… Y que no son, ni pueden considerarse, como Palabra de Dios, ni fuente de la Iglesia. Su objetivo es ayudar a los cristianos, no someterlos ni cegarlos, para que alcancen al Señor Jesús, para que lleguen ellos también a beber y saciarse en la fuente. Por lo que podemos decir que son medios que debemos considerar más o menos útiles en tanto en cuanto se muestre su eficacia mediadora, y sean discernidos por la Iglesia.